PIDE LA LENGUA
Si hay algo en lo que los lectores públicos de Fariña coinciden, es en su condición de trayecto. Y, a la par, cómo esa poética del trayecto, abierta a la labor del lector, lastra la dificultad precisamente de su indeterminación. Apertura, entonces, que acaso se palpa como opacidad de sentido, espesura tupida, poema inaudito que empuja el pensamiento, que lo acecha y lo tensa. Otro asunto que la mayoría de estos lectores toca, algunos tímidamente, la mayoría percibiéndolo desde el desborde: cómo se hace espacio a partir de lo femenino en tanto diferencia y contrapunto respecto de la tradición. Es en ese punto donde fulgura un problema contextual que, en Fariña, a ratos ha sido leído, paladeado, pensado, desde la misma tradición: Soledad Fariña funda una manera de escribir otra, que le da escucha al ser mujer. Pero tal vez, atrapados en el horizonte de lo posible, volvemos a ese verbo -«fundar»-, que hace temblar eso mismo que esta escritura rehúsa. Revuelta en la intuición, que no oculta la raíz de su no saber; se puede leer este trayecto como una manera no fundacional de vincularse a la letra. Julieta Marchant
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