COMENTAR OBRAS DE DANZA
No son los expertos en la esfera del arte los que deben decidir la validez o la viabilidad de una propuesta estĆ©tica, sino los espectadores, justamente aquellos que son a la vez destinatarios y partĆcipes de la producción de la obra. Con esta sentencia, que sintetiza la mirada erudita de Carlos PĆ©rez respecto del arte, el autor invita a apreciar la danza como paso previo imprescindible al comentario. Este libro, cuyo eje gravitatorio es ciertamente la danza, se hace cargo de la exigua producción de textos acerca de la historia de la danza y de las obras que la relacionan con las otras artes, o con las diversas Ciencias Sociales. A pesar de lo que el autor denomina un boom de la prĆ”ctica misma de la danza desde hace algunas dĆ©cadas-, lo escrito y publicado generalmente no logra pasar el nivel historiogrĆ”fi co del mero recuento. La gran mayorĆa de las historias de la danza, es decir, de los textos que se proponen describir una perspectiva histórica, una Ć©poca, un conjunto de obras, no logran ser algo mĆ”s que historias de autores o, incluso antes que ellos, historias de intĆ©rpretes. AsĆ, la mercantilización y la banalización del arte han intervenido y distorsionado profundamente la posibilidad de experimentar en toda su dimensión aquello que las obras de arte tienen de propiamente artĆstico. Han usurpado, por decirlo de alguna manera, la posibilidad del sentimiento estĆ©tico, reduciĆ©ndolo a la facilidad del agrado, han reducido las destrezas y focos de la percepción a los aspectos formales mĆ”s simples. Carlos PĆ©rez, en Comentar Obras de Danza, nos invita a analizar la relación entre las artes, sus historias, las polĆticas del arte, por cuanto desde la construcción de las pirĆ”mides hasta la decoración de la Capilla Sixtina y las Cantatas Religiosas de Juan SebastiĆ”n Bach, siempre lo que reconocemos hoy como arte fue un elemento al servicio de la polĆtica, es decir, mĆ”s directamente, al servicio del poder. La viabilidad del poder, incluso del mĆ”s brutal, sólo es posible a travĆ©s de la construcción de un entorno simbólico que lo haga de algĆŗn modo aceptable. Como contraparte y propuesta, el autor rescata la defi nición de un arte que se constituye como un conjunto de actos que se sienten participando de un movimiento general, del cambio de sociedad, de la impugnación de un orden caduco; su polĆtica es, directamente, la del movimiento social que integra. Y su tarea es hacer, en la esfera del arte, lo que el movimiento social como conjunto quiere hacer en la esfera social.
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