LAS SEMILLAS DE COLLIGUAY
Las semillas de Colliguay ofrece un relato que habita en una frontera. Por un lado, la historia parte de un juicio por tierras que se abrió en la zona central de Chile en 1822. En la otra ribera, se encuentra la deducción-lógica del autor que intenta atar cabos, trazando puentes entre los múltiples vacíos que desgarran ese viejo expediente judicial. Las historias de Laura Román, de Carmencita, de Mateo Díaz, de Pascual Madariaga y del poderoso hacendado y comerciante colchagüino, Rafael Eugenio Muñoz, se entrelazan y se tensan a la vez. Por supuesto, no son historias verdaderas. Pero tampoco son falsas. Es un relato posible. Se trata de una trama que pudo haber ocurrido entre trámite y trámite judicial.
Víctor Brangier ha dedicado los últimos 15 años en indagar las tramas ocultas en los distintos expedientes judiciales que resguarda el Archivo Nacional Histórico de Chile. Son cerca de dos millones de juicios que duermen en medio del polvo del archivo. La mayoría contiene las voces y huellas de personas comunes y corrientes que, sin la existencia de estos litigios, se hubiesen extraviado en el más silente de los anonimatos. Este pleito es uno de estos casos. Una de sus protagonistas, Laura Román, una joven humilde de los valles de Colchagua de inicios del siglo XIX, debió aprender a moverse en un mundo de hombres para evitar la desgracia de su familia. Atrapada en medio de un pleito por deuda entre sus patrones, Mateo Díaz y Pascual Madariaga, Laura (con apoyo irrestricto de su cómplice Carmencita, la “chinganera”) se alzó como un ejemplo de astucia y perseverancia para navegar en aguas que parecían siempre correr en su contra.
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