PUNTO DE NO RETORNO
Año 1963, Santiago de Chile. Una madre le explica a su hijo de seis años que su padre acaba de morir en un accidente de tránsito. El niño la escucha con atención porque ella habla entre sollozos, pero en la vereda de enfrente lo están esperando sus amigos para dar inicio a la pichanga. Entiende que el problema es grave porque su madre nunca llora, pero también es grave que no pueda empezar el partido por su culpa. Los días pasan, la gente le explica al niño que su padre no volverá de su último viaje sencillamente porque nadie regresa de la muerte, pero el niño sabe que su padre reaparecerá en su vida porque lo adora y porque él jamás lo privaría de su compañía. Durante los primeros años la vida no cambia sustancialmente en el barrio, tampoco en el colegio ni en el país, pero sí entre los adultos que rodean al niño, que no parece entender la nueva realidad familiar. La adolescencia complica la relación del muchacho con una sociedad convulsionada por las transformaciones sociales y políticas que involucran a todo su entorno. Chile es otro. Todos a su alrededor han cambiado, menos él cuando está con su padre, que no cambia ni envejece, en un país que para él se detuvo en los años sesenta, donde no era rechazado, como sí lo hace la sociedad en que ahora vive.
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