THEATRUM ASTROLOGICUM
En la Inglaterra del siglo XVII, sacudida por conflagraciones que fueron determinantes para un cambio de Ć©poca que llega hasta nosotros, la astrologĆa gozaba de cierto prestigio. Esto no deberĆa resultarnos extraƱo por varias razones. Nunca antes, quizĆ”, los seres humanos se habĆan sentido tan inseguros de sus saberes, de sus creencias, de las consecuencias de sus actos, de las relaciones con sus congĆ©neres, del manejo de sus propias vidas. De ahĆ que la certeza y la seguridad se convirtieran en los valores supremos para estas criaturas perplejas. SerĆ” el siglo de Descartes y Leibniz, y tambiĆ©n el de Bacon. Y es que el siglo barroco serĆ” tambiĆ©n la Ć©poca de la coexistencia de diversas formas y prĆ”cticas de conocimiento. Basta echar un vistazo a los fundadores de la ciencia moderna para advertir cuĆ”n borrosa podĆa llegar a ser la lĆnea de demarcaciĆ³n entre las vĆas de conocimiento racional y aquellas que se valĆan de la imaginaciĆ³n y la interpretaciĆ³n esotĆ©rica para afianzar su perspicacia. Jonathan Swift (1667Ā1745) tuvo como nadie la intuiciĆ³n de esto: que la diferencia entre la ciencia nueva y la vieja era marginal, porque lo de fondo permanecĆa. AstrologĆa o astronomĆa, alquimia o quĆmica, metafĆsica o fĆsica, todo apuntaba a calmar la ansiedad de la frĆ”gil criatura. Hasta cierto punto, se podrĆa afirmar que toda la obra de Swift es una empresa Ācompleja, a veces equĆvocaĀ de producciĆ³n de esa razĆ³n desvestida de Ćnfulas llamada Āsentido comĆŗnĀ. La demoliciĆ³n satĆrica del principal astrĆ³logo inglĆ©s de comienzos del siglo XVIII, John Partridge, es parte no menor de esa empresa.
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