VIDA DE HOTEL, LA
He traĆdo sĆ³lo una maleta ligera. Pero habrĆan podido ser mĆ”s y mĆ”s pesadas, porque el viaje fue corto. Ocho manzanas: novecientos noventa y dos metros, segĆŗn el ticket electrĆ³nico del taxi. Nadie me despidiĆ³ ni cerrĆ³ tras de mĆ la puerta de casa, nadie me acompaĆ±Ć³ o mucho menos siguiĆ³ mis pasos. SĆ me esperaban, en cambio, a la llegada: reservado a mi nombre el cuarto donde iba a pasar la noche. AsĆ empieza el enĆ©simo viaje de un crĆtico de hoteles con aƱos de oficio a las espaldas. Vaga por su propia vida ligero de equipaje, y sabe que moverse mucho no basta para sentir que se avanza.
Esa noche espĆa por error una escena extraƱa en la habitaciĆ³n contigua. La pareja vecina interpreta sin ganas un curioso ritual erĆ³tico, dirigida por una mujer que da muchas Ć³rdenes pero pocas respuestas. Intrigado por ella y decidido a encontrarla, se embarca sin saberlo en una travesĆa de final incierto. De ciudad en ciudad, de hotel en hotel, de alcoba en alcoba, acabarĆ” descubriendo que en el fondo todas las persecuciones son huidas disfrazadas.
La mirada que prende y niega el deseo, el temor a alcanzar lo que se acecha, los objetos que callan su mensaje cifrado, la sensaciĆ³n de pasar por el mundo como por los salones y pasillos de un vasto hotel sin huĆ©spedes. Al final cazador y presa se confunden en una bĆŗsqueda apasionante que empieza, como todas, con una ojeada inocente a travĆ©s de una cerradura. El viaje alrededor del cuarto puede arrastrar muy lejos, y ya lo avisa uno de ellos: Ā«El ojo es una herida abierta.Ā»
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