CHUMANGOS
La historia se la escuché al abuelo en dos ocasiones, y en ambas tuve la impresión de que el alcohol lo obligaba a decir más palabras de las deseadas. La primera fue durante la celebración de uno de mis cumpleaños. Cumplía siete años y mi nariz apenas sobrepasaba el alto de la mesa sobre la cual se posaban los vasos de caña y los naipes raídos del Truco. Fue en 1913, dijo el abuelo, alisando el cabello cano que aún le tapaba la frente.
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